Géneros y binarismos: pensar la diferencia sexual, entre la diferencia y la negación
Asistimos a una época de cuestionamiento radical de la diferencia. Martín Uranga, psicoanalista, pone en tensión la diversidad de género.
![]() ![]() 2019-11-07 Asistimos a una época de cuestionamiento radical de la diferencia. Si podemos acordar que lo inconsciente supone el testimonio de la imposible significación del sexo y de la muerte, podremos entender que lo imposible como tal, al resistir la significación, es simbolizado como diferencia irreductible asumida en el terreno de las generaciones y de los sexos. Así lo articula Freud, quien otorga a la diferencia dimensiones muy precisas: diferencia generacional y diferencia sexual, mutuamente implicadas, en el contexto del encuentro traumático del sujeto con la sexualidad. La plataforma de expresión de este sistema son las protofantasías: 1) escena primaria, 2) castración, 3) seducción, 4) vida intrauterina. Ahora bien. Es muy importante señalar el lugar que le otorga Freud a las protofantasías. Freud nos dice que las protofantasías son transmisibles filogenéticamente, es decir, que forman parte de un patrimonio psíquico que excede las contingencias históricas. Esta afirmación es central. Nunca debemos descuidar que para Freud la diferencia es ajena a cualquier hipótesis culturalista. Es una posición que Freud asumirá a lo largo de toda su obra, y desde distintos ángulos de su elaboración teórica. Por ejemplo, cuando sostiene que la caída del complejo de Edipo acontece de manera inevitable del mismo modo que caen los primeros dientes, o cuando habla de la verdad material del parricidio como episodio fundante de la historia. Del mismo modo, cuando cuestiona las posiciones del marxismo al sostener, Freud, que las formaciones sociales están determinadas por un factor pulsional-constitucional que las excede, o cuando critica a las corrientes anarquistas por no reconocer el lugar de la verdad en la construcción del pensamiento científico, aseverando que “parece que la teoría de la relatividad de la física moderna se les ha subido a la cabeza”. Esta posición freudiana no es una consideración secundaria que podamos soslayar ligeramente. Hace al eje, a los axiomas fundantes del psicoanálisis. Porque hace a la condición misma de posibilidad del inconsciente, configurado en la historia más nunca reducible a ella ni a sus categorías de análisis. Ahora bien, podría preguntársenos: ¿es la diferencia de generaciones consustancial al significante paterno?, ¿es la diferencia de sexos necesariamente binaria? Para Freud, es así. La verdad de la diferencia se le hace presente indisolublemente ligada a la Ley del Padre y a la diferencia masculino-femenino. Ambas, transmitidas por filogénesis, es decir, excediendo el registro del recorrido histórico, están afectadas por lo imposible. La Ley es de imposible consumación, por su residuo de goce incestuoso, a la vez que la diferencia sexual, en términos de fálico-castrado, certifica a la relación sexual en sí misma como imposible. Es claro que Freud no funda en el análisis histórico la operatoria del significante paterno. De haberlo hecho, hubiera conjeturado un origen materno del fantasma colectivo. Freud no desconoce la antecedencia cronológica de las sociedades matriarcales. Pero no parte del análisis histórico-sociológico de ellas para leer desde allí la verdad del inconsciente. Más bien lo que hace es, desde la lectura de los síntomas de su época victoriana, reconocer la presencia de una verdad transversal que rompe con los moldes del análisis histórico. Así, no es desde la historia que debemos pensar la verdad del inconsciente. El camino es el inverso. En el mismo sentido, no es desde categorías socio-históricas que hoy en día debemos poner en cuestión a Freud, sino que es desde Freud que podemos entender psicoanalíticamente el malestar de nuestros tiempos. Apreciaciones similares son pertinentes a la hora de pensar la diferencia sexual en términos del binarismo masculino-femenino. No es esta diferencia, en psicoanálisis, producto del análisis histórico de las identidades sexuales ni tampoco efecto lineal de consideraciones biológicas. La sexualidad, en el original enfoque de Freud, es producto traumático del encuentro entre biología y cultura. Se organiza en protofantasías, productos mixtos que anudan organicidad y lenguaje en un armado donde no tienen lugar como categorías de análisis el positivismo biológico ni las ciencias sociales. De allí, la especificidad epistemológica del psicoanálisis. La diferencia sexual anatómica actúa aquí como el anclaje material del cuerpo sin el cual corremos el riesgo de entrar en el terreno de la pura abstracción. El cuerpo marcado por la diferencia anatómico-sexual es el punto de partida insoslayable del sujeto humano que ingresa en el registro traumático de la diferencia sexual y de la filiación. La diferencia está en jaque. La diversidad se erige, hoy en día, sobre su rechazo. Lejos de la diversidad de tono pluralista que se asienta sobre el reconocimiento del binarismo sexual y de la diferencia generacional, la diversidad de nuestros días ataca la diferencia de modo militante. Pretende ir más allá del fantasma organizado por el sistema de diferencias. Rechazando la diferencia de generaciones y de sexos busca la indistinción, el reino del “todes”, la triste utopía de no estar afectados por el trauma del corte. El horizonte es alguna forma de totalitarismo, aún con ropaje libertario. BIBLIOGRAFIA -Freud, S. Obras Completas. Biblioteca Nueva, 1981. Madrid. COMENTARIOS |
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