Psicoanálisis, política e institución psicoanalítica
En el 2018 se realizó una actividad denominada los Discursos de la política y los discursos del psicoanálisis, compartida entre Mirta Goldstein y Alberto Cabral, organizado por el Depto. de Psicoanálisis y Sociedad. El Dr. Alberto Cabral comparte la desgrabación de la ponencia para Zeitgeist, eligiendo como punto de bisagra el encuentro de ambos discursos, imbricándola con la institución psicoanalítica y sus vicisitudes.
El texto es la desgrabación de mi intervención en el panel: “Discursos de la política, discursos del psicoanálisis”, realizado en A.P.A. en abril del 2018. ![]() ![]() Voy a comenzar por destacar un aspecto que puede resultar obvio, pero que me parece importante explicitar como punto de partida. Es que -como se desprende ya de la misma convocatoria - se trata de dos discursos diferentes: el discurso del psicoanálisis y el de la política. Es una diferencia que fue registrada y reflexionada por distintos autores postfreudianos. Entre ellos Bion, quien al introducir su noción de vértice, distinguió el vértice psicoanalítico del vértice político, así como -entre otros- del religioso, del médico... A mi modo de ver, fue Lacan quien más avanzó en la formalización de esta diferencia. Él ubica el discurso político como generador de una oferta de significantes Amo (S1), esto es, de rasgos del Ideal, que salen al encuentro de la “demanda de ser” de un sujeto del inconsciente constituido estructuralmente en torno a una “falta-en-ser”: uno de los nombres, para Lacan, de la castración freudiana. Se trata de un sujeto, entonces, sediento de identificaciones, con las que intenta obtener una consistencia que le permita remediar ilusoriamente una falta que le es constitutiva. Es por esta vía, que el discurso político promueve la formación de masas en torno a S1 compartidos. El discurso analítico, en cambio, opera en la dirección contraria: avanza en la dirección de promover des-identificaciones. Por supuesto que con tacto, con timing; no con una vocación iconoclasta, tampoco a la manera de un elefante en un bazar, pero el deseo del analista apunta a desprender al sujeto de aquellas identificaciones que lo retienen en la vía de su deseo. Es lo que formaliza el discurso analítico, en el que el S1 ocupa el lugar del producto, abajo y a la derecha. Se puede reconocer esta orientación en el testimonio que nos brinda Freud en Nuevos caminos de la terapia analítica (p.160): “Pude brindar ayuda a personas con las que no me une comunidad alguna de raza, educación, posición social ni cosmovisión [esto es, con las que Freud no se reconoce en una comunidad constituida en torno a identificaciones compartidas-A.C.] sin perturbarlas en su peculiaridad […]“…para que se libere y consume su propio ser”. En la perspectiva freudiana, es el deseo inconsciente el responsable de la inscripción de la peculiaridad radical, idiosincrática de cada quien: esa peculiaridad cuya consumación es perturbada por la orientación homogeneizante y colectivizante de la identificación.
Retomando entonces los términos de la convocatoria: para desenvolverse correctamente, nuestra práctica requiere que el analista se “des-envuelva” de los ropajes identificatorios con los que se arropa en su condición de ciudadano (sujeto de la polis). Surge aquí una pregunta, en el fondo ética, que me interesa compartir con Uds: ¿estamos a la altura de este testimonio freudiano, como analistas? Para instalarla en un terreno más cotidiano: un analista macrista ¿puede analizar un paciente kirchnerista? (y viceversa). Por supuesto que no es una pregunta que se puede responder en términos universales. Pero me parece que es conveniente que aquellos analistas que tenemos una filiación política o ideológica definida, contemos con la posibilidad de formularnos este interrogante cuando recibimos en nuestros consultorios demandas de análisis de sujetos también firmemente identificados a una posición. Es que el fenómeno al que aludimos coloquialmente como “la grieta” interroga -en un plano más general- la aptitud del analista para des-apegarse de sus identificaciones. Esto es, para sostener su posición de extraterritorialidad, aun en aquellas situaciones en que el discurso vehemente de su analizante puede convocarlo inconscientemente a la defensa airada de sus terruños identificatorios. También -en un plano más sutil- para eludir el facilismo de la corrección política, y sostener una disponibilidad de escucha para con el malestar que puede circular tras identificaciones no compartidas con su analizante. Paso ahora a un segundo punto. La convocatoria menciona el discurso del psicanálisis y el discurso de la política. Me parece conveniente agregar un tercer término: el discurso de la Institución analítica. Estamos en general advertidos de que ese sintagma (“Institución Analítica”) constituye, en el extremo, un oxímoron. Esto es, la reunión de dos términos provenientes de campos semánticos contrapuestos. Es lo que le otorga a la institución analítica su estatuto precario, inestable, siempre conflictivo: si es demasiado institución, es poco psicoanalítica; si -por el contrario- es demasiado psicoanalítica, es poco institución. Aquí se aloja otra pregunta que nos interpela y divide aguas en los últimos tiempos (no solo en APA, sino también en la EOL y en otras Instituciones de nuestro medio): ¿debe la Institución analítica pronunciarse ante coyunturas socio-políticas particulares? Intenté ubicar esta cuestión en un marco más general en el trabajo que presenté en APA el año pasado (“El analista, contemporáneo”). Ahora podemos abordarlo con más detalle. Mi impresión es que en la galaxia IPA ha existido históricamente una tendencia a responder este interrogante extendiendo a la Institución la regla de abstinencia, operativa en nuestra práctica. El resultado ha sido un perfil de instituciones “neutrales”, desentendidas del contexto en que se desenvuelve su práctica. Tendríamos que decir, en realidad, des-responsabilizadas. La Institución analítica, sin embargo, no es ajena a su contexto socio-cultural. Se nutre de él (porque define los modos particulares del malestar con que trabajamos, así como su “envoltura formal” sintomática), requiere de él (porque prospera sólo en contextos donde se inscribe un respeto a la diferencia) y por eso su responsabilidad con el futuro del psicoanálisis es también su responsabilidad con la preservación de las circunstancias que lo hacen posible. Pero, a la vez… la Institución analítica no es un partido político, ni tampoco un sindicato. No puede entonces pronunciarse ante cada evento singular. Conviene, hasta cierto punto, resguardar para ella ese valor oracular que Lacan reconocía en la palabra del analista, y que la verborrea desgasta. Pero teniendo claro que sus silencios ante ciertos hechos, así como la demora o la morosidad para reaccionar ante ellos, responden también por el tipo particular de transferencia que generamos. Para profundizar más en esta cuestión, me parece importante recoger y desarrollar una indicación de Lacan, en el comienzo de la clase del 18 de junio de 1958 (Seminario V). Es un comienzo a-típico, casi escolar: empieza mencionando la fecha: “Hoy es 18 de junio. La parte que le corresponde al significante NO en la política, cuando todo el mundo se desliza hacia un consentimiento innoble, nunca ha sido estudiada. El 18 de junio es también el aniversario de la fundación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. También nosotros dijimos NO en un determinado momento”. Lacan no lo explicita, pero todo francés progresista conoce que el 18 de junio de 1940 es la fecha del primer discurso de De Gaulle en Londres, convocando a la Resistencia contra el armisticio-rendición firmado por el mariscal Petain ante el ejército alemán. Es un discurso breve, de poco más de dos minutos, de alto voltaje emotivo, y que alcanza su climax cuando, después de referirse a la derrota asestada por la gigantesca maquinaria bélica enemiga, De Gaulle alza su voz para decir: “Pero, ¿se ha dicho la última palabra? ¿La esperanza debe desaparecer? ¿La derrota es definitiva? ¡No!” Hay un aliento ético que se promueve como fundamento de la acción política, cuando se jerarquiza el valor del significante NO, como expresión del rechazo al “consentimiento innoble” al que se desliza todo el mundo. Pensemos que una franja importante de la población francesa “consintió” lo que para otra franja constituía la humillación de la ocupación nazi: la “grieta” no es -decidididamente- un invento argentino… El “consentimiento innoble” es una referencia que Lacan retoma en distintos momentos de su enseñanza (en los Seminarios VII y XVII, por ejemplo), y que ubica en relación a la ética del primum vivere. Una ética en las antípodas de la que se desprende de la divisa de la Liga Hanseática, evocada por Freud: Navigare necesse est, vivere non necesse (De guerra y muerte p.292: Navegar es necesario, vivir no lo es). Se trata, para Freud, de precisar el precio que supone una vida que merezca ser vivida: el riesgo inevitable que plantea toda apuesta de deseo, que trasciende el cálculo mezquino limitado al resguardo de la propia seguridad. Es en esta línea que se inscribe su comparación entre el “insípido flirt americano” y el robusto “amor continental”, en el que ambos partenaires saben, de antemano, que deben atenerse “a las más seria consecuencias” Conviene precisar que el registro del “consentimiento innoble” no constituye un universal. Se trata de un registro idiosincrático, propio de cada quien, que se construye en función de historias personales, pesos relativos de valores e ideales y, sobre todo, de las particularidades de deseo de cada sujeto. Un “combo” que evoca la noción de “ecuación personal” (Ferenczi), y la sentencia de Protágoras que gustaba citar Lacan (“El hombre [cada hombre] es la medida de todas las cosas”) El destino de la vida innoble, ignominiosa, es el que se impone cuando prevalece la ética del primum vivere: cuando la “voluntad animal” de sobrevivir y las prerrogativas de la autoconservación eclipsan el empuje del deseo. Para decirlo en términos de nuestra Eladia Blazquez: cuando se vive sin “honrar la vida”. Cuando se pierde, también, la referencia a la vergüenza: un aspecto sobre el que insiste Lacan en la última clase del seminario XVII, y que ilustra con acidez el personaje de Pasqualino (Gian Carlo Gianini), en la recordada película de Lina Wertmuller. Es un plano de la reflexión ética en el que Lacan - en su texto Kant con Sade- subraya el plus que aporta la perspectiva psicoanalítica. Lo hace después de evocar una sentencia de Juvenal: et propter vitam, vivendi perdere causas (y por defender la vida, perder la causa de vivir). Precisa entonces: “El deseo, lo que se llama el deseo, basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde.” Son reflexiones que pueden interpelar también a nuestras instituciones. Ya J.Bleger había señalado el horizonte de languidecimiento de instituciones en las que prevalece el mero espíritu de perdurar, por sobre los fines que le dieron sentido a su emergencia. Es por eso que voy a terminar con una breve referencia a dos momentos en la historia de APA en que nuestra Institución pronunció un NO. Uno de ellos, la sanción de la Reforma de 1974: la libertad curricular que promovió fue -y sigue siendo- una novedad en la galaxia IPA, que articuló un NO al consentimiento innoble con modalidades escolásticas de enseñanza (no de transmisión) del psicoanálisis. El segundo, la inclusión -en la década del 90- de la referencia a la “alta frecuencia” de sesiones para establecer la condición didáctica de un análisis de formación. Diez años antes de la aceptación de los tres modelos de formación, APA hizo escuchar un NO a la normativa IPA (4-5 sesiones semanales), introduciendo una fórmula que alojaba en su indeterminación la pluralidad de prácticas ya existentes entre nosotros. Son decisiones que -aun cuando muchos pensemos que hoy ameritan ir más allá de lo que en ese momento se avanzó- testimonian de una voluntad de hacer prevalecer la condición analítica por sobre la mera subsistencia institucional. Se trata de saber si seguimos a la altura de esa orientación. COMENTARIOS |
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