El avance de lo real
Reflexiones acerca del desanudamiento de lo real en un mundo donde lo símbolico parece haber perdido preeminencia frente a la desmesura de lo impensable.
![]() ![]() El siglo XXI alienta un vigoroso avance de lo real. En términos lacanianos, lo real es la desmesura, el exceso residual del orden simbólico. Si lo simbólico supone los elementos diferenciales del lenguaje a través de los cuales los seres humanos construimos nuestra realidad, y lo imaginario está dado por las significaciones que desde estos elementos se configuran, lo real es aquello que escapa a la simbolización. La dimensión simbólica acota lo real, le otorga un marco de contención para que el sin sentido que le es propio pueda navegar, sin encontrar jamás puerto alguno, en una trama que lo aloje. Durante el siglo XX asistimos a un verdadero estallido de la trama simbólica y a la emergencia desnuda de lo real. El esquema predecible de un mundo burgués sostenido en el ideal del progreso se ve profundamente alterado por el estallido de dos guerras mundiales que conmueven profundamente los valores ilustrados. Esta profunda conmoción del orden simbólico viene acompañada de la emergencia de un real inaudito: los campos de concentración. Allí se pierden todas las categorías simbólicas. Quienes allí se encuentran verán borradas todas las categorías diferenciales de tiempo y espacio así como su propia identidad singular: rasurados, desprovistos de vestimenta personal, numerados y sin nombre. Al finalizar la segunda guerra surge un nuevo rearmado simbólico dado por la guerra fría. A partir de los esquemas propiciados por un mundo denominado capitalista y por otro designado como comunista se construyen sistemas de valores, organizaciones económicas y referencias ideológicas que conformarán la subjetividad de la segunda mitad del siglo. Finalmente, una nueva conmoción, dada por la caída del bloque soviético hacia fines del siglo, traerá una nueva oleada de lo real que se irá profundizando en las primeras décadas del siglo XXI.
Lo real avanza en nosotros en un afán destitutivo de las categorías simbólicas. Lo real, exceso mismo de lo simbólico, tiende a desconocerlo como ordenador social. En lugar de residuo de lo simbólico se erige en puro amo. Así, el sinsentido tramitado libidinalmente cede su lugar para dar paso a un sentido destructivo y omnipotente. El sin sentido arrojado a su puro devenir tiende a convertirse en nihilismo y vacuidad o en sentido totalitario y ferozmente narcisista. Las ficciones libidinales palidecen frente a un mix cada vez más bizarro de ficción y realidad de tinte siniestro y decadente. Podemos rastrear causas múltiples y complejas. No es aquí el lugar para ser más precisos al respecto. Podemos observarlo desde hace siglos y en distintas manifestaciones de lo humano: política, sexualidad, música, pintura, literatura, psicopatología, etc. Basta escuchar una sinfonía de Mozart en comparación con la música de hoy en día, revisar la riqueza de la producción neurótica de los pacientes de la época de Freud a diferencia de lo que acontece en la clínica actual, o comparar un cuadro de Rembrandt, Velázquez o Murillo con cualquier muestra de arte contemporáneo, para darse una idea al respecto. Lo real se desanuda. Lo simbólico languidece. Lo imaginario desborda de consistencia o se derrumba según el caso. El erotismo deviene tanatos. El talento mengua. La mediocridad desborda. La ética se reconvierte en morales narcisistas y contingentes. Las producciones humanas pierden vuelo creativo y potencia sublimatoria. La libertad se eclipsa. El totalitarismo, cada vez con menos sutileza y más ruidosamente, avanza. A paso firme, con ropaje inclusivo o sanitarista, no deja de ir configurando su ominoso rostro.
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